El catalán que levantó su castillo en medio de la selva australiana

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Érase una vez, en una tierra muy, muy lejana, un castillo rodeado por un bosque encantado. El castillo era magnífico, posiblemente el mayor de aquella tierra, un lugar mágico ubicado entre exuberante vegetación tropical y situado a las orillas de las cristalinas aguas de la cascada de Mena Creek, en el norte de Queensland (Australia).

Las ruinas de aquella construcción hoy coronan Paronella Park, al igual que otras estructuras que diseñó y construyó su propietario, José Paronella, uno de los emigrantes españoles que aceptaron la llamada de Australia a principios del siglo pasado, y que, inspirado por la arquitectura morisca y los jardines de estilo español, decidió levantar un castillo en el corazón de la jungla.

La vida de este personaje fue glosada en 1996 por la biografía The Spanish Dreamer escrita por la periodista Dena Leighton y, para ello, la autora entrevistó a muchos de los amigos y familiares de José a lo largo de su vida, como Teresa, su hija. Y comienza exactamente cuando José Pedro Enrique Paronella nació en La Vall de Santa Creu, un pequeño pueblo en el Alt Empordà, en 1887.

Era el más joven de seis hermanos y pronto abandonó la escuela en busca de trabajo; primero en un pequeño pueblo cercano y luego en Pamplona, de panadero. Quería casarse con su novia Matilde Soler y formar una familia. Estaba dispuesto a trabajar duro y le hablaron de Australia, la tierra del futuro donde decidió probar suerte. Llegó al norte de Queensland para trabajar en la caña de azúcar en 1913, a la edad de 26 años. Prometió a su novia que volvería para casarse con ella cuando lograra situarse y ahorrar algo de dinero.

Por aquel entonces habían llegado a Australia muchos inmigrantes españoles e italianos a trabajar en la caña de azúcar. Hombres laboriosos y ambiciosos, que estaban acostumbrados a trabajar en el campo y a las largas horas de una dura jornada. Pronto José se aclimató a las condiciones tropicales de Queensland, mientras demostró que también tenía una buena cabeza para los negocios.

Tan pronto como pudo se compró su primera parcela de tierra, obteniendo su primera cosecha de caña de azúcar. Recibió mucha ayuda de los miembros de la comunidad local de inmigrantes, pues la mayoría de ellos compartían un fuerte deseo de adquirir y cultivar su propia tierra. Una vez que empezó a ganar dinero con su granja, José vendió y compró una propiedad mejor. Mejoró notablemente y compró y vendió una docena de propiedades en los siguientes años, comenzando a acumular una cantidad considerable de dinero.

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En 1921 José tenía 34 años, era un hombre rico y decidió convertirse en ciudadano australiano para por fin dedicarse a su sueño. Cuando era un niño pequeño su abuela le había contado románticas historias de castillos; y cuando trabajaba en Pamplona incluso los había visto. Así que quiso construir su propio castillo allí, en la selva tropical de Queensland, y abrirlo como un parque temático para que todos los visitantes pudieran admirar este pedazo de su tierra natal. Sin embargo, antes tenía que regresar a España. Hacía once años ​​se había prometido a una muchacha de su pueblo natal y ya era hora de volver a casa a reclamar a su novia.

Pero había un problema. Lamentablemente, desde su partida a Australia, José no había escrito a Matilda Soler, y cuando llegó se encontró que se había cansado de esperar y ya se había casado con otro; tenía dos hijos. Por fortuna, su ex novia tenía una hermana más joven y la madre de ambas arregló que José se casara con ella en su lugar. Todo quedaba en casa. Margarita, que se llamaba, no estaba muy segura al principio, pero José era rico; y también muy guapo. E hizo buen uso de su luna de miel y la llevó por Europa visitando los edificios y los jardines más bellos del continente, parques turísticos y cines, salones de baile y cafés. Entonces regresó con su nueva esposa de nuevo a Queensland pues tenía un trabajo por hacer.

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Nada más volver, José compra otra finca de caña, buscando el lugar perfecto para construir su castillo. Y la encontró en Mena Creek, una cascada al sur de Innisfail. Primero construyó una casa para que viviera su familia. Luego trabajó en el aprovisionamiento de material para la construcción. El arroyo proporcionaba arena suficiente para la fabricación de hormigón y compró railes de tren descartados de los cañaverales para utilizarlos como refuerzo.

Sabía muy bien lo que quería. El terreno tenía tres niveles. En el superior, construyó la casa en piedra, hoy museo. En el segundo, ‘El Castillo’, un edificio con una gran sala y escenario que utilizaba como sala de proyección de películas, representaciones teatrales, espacio para banquetes. En el tercero, unos hermosos jardines donde plantó más de 7.000 árboles, arces, coníferas, nogales y robles.

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Pero faltaba que todo terminará de brillar. José Paronella se había fascinado por los proyectos hidroeléctricos que había presenciado en toda Europa. Y una de las razones por las que la cascada de Mena Creek le atrajo inmediatamente es porque sabía que iba a ser capaz de utilizarla para generar energía para su sueño.

En ese momento, la red eléctrica en la zona estaba en sus albores, era muy poco fiable y tenía averías constantes. Además, no llegaba a zonas como Mena Creek. La familia Paronella y los agricultores de la zona se basaban en lámparas de queroseno para iluminación y combustible para cocinar. Después de mucho pensar, José comenzó a pedir piezas y equipos, y comenzó a trabajar en su proyecto más grande hasta la fecha: construir una central hidroeléctrica. Y lo hizo. Vaya si lo hizo.

turbina

hidro

José construyó un muro de hormigón en la parte superior de las cataratas para que alimentara un acueducto en forma de U que dejaba caer el agua a una fosa desde 10 metros, a través de la gravedad natural; dentro de la fosa, una turbina producía la electricidad. Ni que decir tiene que era la primera turbina hidroeléctrica que se instalaba en el norte de Australia, en la primera aplicación de la tecnología hidroeléctrica en esa parte del continente.

En aquella época, la energía generada no se podía almacenar, pero José tenía grandes planes para su turbina, como la iluminación de un ‘Túnel del Amor’, que podían atravesar las parejas para llegar a un escondido rincón con un pequeño salto de agua; también para alimentar las bombas y transferir agua de la catarata a las fuentes de los jardines o incluso para refrigeración. Tanta, que el sistema suministraba energía al pequeño pueblo cercano de Mena Creek. Y por encima de todo, tenía luz para iluminar los focos de su teatro donde pudiera algún día representarse su gran obra.

collage

teatro

Un teatro que pronto albergaría una película bélica. Con el estallido de la Segunda Guerra Mundial y la campaña del Pacífico después de Pearl Harbor, el norte de Queensland se convirtió en un hervidero de actividad militar que atrajo a un gran número de soldados estadounidenses con dinero para gastar.

Paronella Park estaba situado idealmente para aprovecharse de las necesidades de todos estos soldados y el aparcamiento muy pronto se llenó de vehículos militares. A los soldados cansados ​​de la guerra que volvían al Parque Paronella, con su castillo de estilo español y sus exóticos jardines, les resultaba un espectáculo asombroso y, paradójicamente, la guerra trajo prosperidad inmediata al lugar.

jose y margarita

Después de la contienda el parque siguió prosperando, pero en 1946 llegó el desastre. Un ciclón trajo consigo lluvias torrenciales, algo normal en esa zona, pero esta vez con un resultado catastrófico  Aguas arriba del castillo, una gran pila de enormes troncos de cedro estaban a la espera de transporte cerca del arroyo. La crecida se llevó los troncos, que formaron un dique contra el puente del ferrocarril que existía antes de llegar al parque, embalsando el agua de la riada. Por primera vez, la familia Paronella vio cómo se silenciaba la cascada de Mena Creek.

Finalmente, el puente cedió y la inundación de agua cargada con enormes troncos se precipitaron hacia el parque. Todas las hermosas balaustradas de hormigón desaparecieron y el salón de café se inundó y arruinó. Las aguas cubrieron los jardines superiores, llegando a la altura de las ventanas, entrando cientos de troncos de cedro estrellándose a través de agujeros, en el vestíbulo, la cocina, el salón de baile….un auténtico desastre de lodo, escombros y troncos de árboles.

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El parque fue cerrado durante seis meses y pasaron años antes de que se reparara el daño de la inundación. Al mismo tiempo, José comenzó a enfermar y se le diagnosticó un cáncer de estómago. Falleció el 23 de agosto de 1948, y fue enterrado en el cementerio de Innisfail. Margarita murió en 1967.

La familia Paronella continuó con el funcionamiento del parque hasta que los nietos de José vendieron la propiedad en 1977. Pero ahora su legado se ha convertido en un motivo de orgullo para sus actuales dueños, Mark y Judy Evans, quienes la compraron en 1993, después de muchos años de abandono. La pareja se dedica actualmente a la conservación del Parque Paronella y a mantener este hermoso lugar abierto al público, al igual que José hubiera querido. En 1997, el Parque Paronella fue incluido en la lista de Patrimonio Nacional Australiano.

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